Resumir Cuenca en unas pocas líneas no sólo es tarea baladí, sino casi un sacrilegio, ya que por los huecos de la estrechez perderíamos siempre algo valioso, algo importante. Cuenca es ciudad para reposar, no de visita apresurada. Una ciudad para ver por dentro, paseando sus calles, entrando en sus rincones monumentales; y contemplar desde fuera, desde el otro lado del Júcar; para ver bañada por el sol o iluminada por la noche. Para ver las construcciones del hombre y las de la naturaleza. Para descubrir escondidos secretos de callejones fachadas y callejuelas, o para que invada la imponencia de su catedral, o sumergirse de lleno en la envoltura de monumentos de la Plaza Mayor; para la historia del arte o el arte abstracto contemporáneo.
La ciudad que se asoma al Júcar colgada desde la pared que la sustenta, es, merecidamente, Patrimonio de la Humanidad e invita desde su percha a transitarla con calma, degustarla y llevársela prendida. Cuenca es la ciudad que no se resume, nos resume ella y nos hace vulnerables ante su esplendor y su belleza.